Para contar la leyenda de El Alacrán Negro de Fray Anselmo primero hagamos un breve recorrido por la colonización del Nuevo Mundo que hizo España. Los trescientos años que duró la colonización rindió inmensurables riquezas para la corona Española, y la instalación del Virreinato en la Nueva España colmó de grandes e incalculables tesoros y caudales al Rey Español de esa época.
Los Virreinatos de la nueva España, en conjunción con el de Guatemala y del Perú proporcionaron enormes cantidades de oro y plata, así como de exuberantes riquezas adicionales. Aunque de todos los Virreinatos, ninguno se comparó al inmenso legado y aportación que otorgó el Virreinato de la Nueva España.
La conquista de los Aztecas, ejecutada por Hernán Cortez en 1521, el cual estaba al mando de un pequeño grupo de españoles pero apoyado por una coalición de pueblos indígenas, enemigos todos del reino Azteca encabezado por Moctezuma Xocoyotzin II, puso fin al poderoso imperio Azteca, y con ello, la creación del Virreinato de La Nueva España.
Esta conquista se extendió por trescientos años, erradicando casi por completo cualquier vestigio de la gran civilización Azteca. Edificios, monumentos, iglesias y muchas más construcciones fueron erigidas sobre las ruinas de los palacios y casas de los Aztecas, eliminando así una parte importante de sus tradiciones, costumbres y formas de vida.
Los españoles que habían arribado inicialmente, y aquellos que sobrevivieron a las guerras de Conquista, comenzaron a establecerse en el Nuevo Mundo. Muchos más arribarían a estas ricas tierras, la gran mayoría en busca de fortunas. Poco a poco, la inmigración seguía aumentando, y a través de los años, generaciones futuras de los originales españoles se establecían en la colonia, con un gran número de ellos nacidos en la Nueva España.
Esto comenzaría a afectar las relaciones entre los Criollos, nacidos en el Nuevo Mundo, y los Peninsulares, individuos nacidos en España. Estas diferencias clasistas conllevaría, años después, a la sublevación criolla que originaría el movimiento independentista liderado por Miguel Hidalgo y Costilla, Juan Aldama, Ignacio Allende, Josefa Ortiz de Domínguez, entre otros.
El Alacrán Negro de Fray Anselmo
Pero antes de esto, la vida en la Colonia generaba oportunidades inmensas para muchos de estos criollos y peninsulares, pero obviamente dejaba a un lado a los naturales, herederos de los Aztecas. Sus únicos defensores o protectores eran algunos religiosos que abogaban por el respeto y la consideración hacia los indígenas, aunque estos raramente recibían oportunidades económicas de superación.
Aun así, los indígenas eran casi obligados a convertirse al catolicismo y surgía la rigurosidad religiosa, aunque muchos de los religiosos empleaban empatía y solidaridad hacia los naturales, ejemplificando los básicos elementos de su religión. Este era el caso de Fray Anselmo.
Los Franciscanos, basados en las practicas religiosas de su fundador, San Francisco de Asís, se guiaban por estrictas reglas de órdenes religiosas de mendicantes, rechazando influencias mundanas de riquezas y opulencia. Fray Anselmo pertenecía a esta orden. Irónicamente, existían, en el Siglo XVII, muchas personas ricas y poderosas, y de estas incluían a Don Lorenzo De Baena.
Don Lorenzo era altamente respetado por muchos en la Ciudad de México. Era dueño de muchos negocios y su fortuna era basta, pero era muy trabajador, honesto y generoso. Trabajaba por largas horas, siempre confiando en que Dios le otorgaría los medios necesarios para adquirir una gran fortuna, y poder asistir a los necesitados o desafortunados.
En esa época, una gran parte del comercio del mundo era basado en intercambios comerciales entre diferentes regiones del mundo, y la Nueva España comenzaba a influir enormemente en proveer nuevos artículos y riquezas a otros comercios y sociedades, aparte de proveer al Reino Español con inmensas divisas en oro y plata.
Existía una ruta comercial que conectaba a regiones del Pacífico con el Nuevo Mundo y el más reconocido e influyente era el Galeón de Manila. Esta ruta era compuesta por una serie de naves que cruzaban el Océano Pacífico, una o dos veces por año entre Manila y los puertos de la Nueva España en América, dirigidos principalmente a los puertos del Pacífico en la Nueva España.
Don Lorenzo de Baena basaba una gran parte de su negocio en comprar artículos que provenían desde Manila, y los cuales eran transportados hacia la Nueva España por el Galeón de Manila. También enviaba embarcaciones que transportaban artículos que el vendía a otros mercados del mundo.
Una mañana, mientras permanecía en su casa en compañía de su esposa e hijo adolescente, uno de sus criados irrumpió la calma familiar. “Le traigo malas noticias,” anunciaba el empleado de Don Lorenzo, “una de sus embarcaciones se hundió y todo el material que cargaba se perdió en el Océano.”
Don Lorenzo, nerviosamente le preguntó a su sirviente con ansiedad:“ ¿y mis trabajadores?” Su siervo le respondió, “¡Todos ellos se salvaron!” “¡Bendito sea Dios!,” suspiró Don Lorenzo. Así era este gran hombre, que aún con la terrible noticia de haber perdido una gran cantidad de mercancía, su principal preocupación era el bienestar de sus empleados.
Hasta esa instancia, todo había salido bien para los negocios que procuraba Don Lorenzo. Pero al siguiente mes, dos de sus barcos se perdían en el vasto océano, con toda su carga y tripulación, lo que enviaría a Don Lorenzo a perder la totalidad de su patrimonio. Pero lo más trágico para Don Lorenzo fue la pérdida de un cargamento de plata, en dirección a las provincias de occidente, el cual sería asaltado por indígenas hostiles.
Lo peor de todo, es que el hijo de Don Lorenzo era parte de la comitiva que protegía la mercancía. Triste y trágicamente, el hijo de Don Lorenzo sería decapitado salvajemente por los atracadores.
@hdemauleon.
— Juan de los palotes (@irreverente45) January 1, 2017
Él alacrán de fray Anselmo suc calle de s Diego José ma Luis Mora…él alacrancran !ay me va picar,en parte non santa fuchi pic.twitter.com/ixrEiNPron
La esposa de Don Lorenzo, Doña Catalina, presa de la gran tristeza de haber perdido trágicamente a su hijo, eventualmente moriría presa de la gran tristeza. Fue así como Don Lorenzo quedaba solo y desamparado.
El ex-empresario comenzó a pensar en el vasto número de amigos con los cuales él contaba para que le prestaran el monto de $500 pesos, ya que un marinero en el puerto le había sugerido a Don Lorenzo el comprar una valiosa carga de porcelana y seda que estaba en dirección desde la China. Don Lorenzo sentía que esa era su oportunidad para rehacer su negocio y buscaba la ayuda de los que él había considerado sus amigos anteriormente.
Lamentablemente para Don Lorenzo, ninguno de ellos se dignó de ayudarlo y prestarle el monto necesitado por él. Y poco a poco las desgracias continuarían. Don Lorenzo se vio obligado a vender una por una sus pertenencias, pero eso solamente le ayudaban para poder subsistir.
Anteriormente, Don Lorenzo y su esposa, Doña Catalina, habían sido constantes benefactores de muchos necesitados, a los que incluían los humildes padres del convento de San Diego, donde habitaba Fray Anselmo. Un fraile puro y sencillo, dedicado por completo a asistir a los más necesitados que habitaban los barrios pudientes de la Ciudad.
Sin pensarlo dos veces, y obligado por la gran necesidad, Don Lorenzo decidió por visitar a Fray Anselmo para requerir de su ayuda. Al arribar al monasterio, fue llevado hasta la humilde celda donde habitaba Fray Anselmo.
Con una gran pena, Don Lorenzo le pidió al humilde Fraile que le prestara la enorme cantidad de $500 pesos, a lo que Fray Anselmo respondió: “Hijo mío, yo soy muy pobre, nunca he tenido tanto dinero, y si lo hubiera tenido, ya lo hubiera dado a los más necesitados.” Don Lorenzo, desesperado le respondió: “Que voy a hacer Fray Anselmo? No tengo más opciones que acudir a su ayuda, y siento que lo único que necesito para restaurar mi vida son $500 pesos que puedo usar para comprar ese cargamento que me ayudará a restablecer mis negocios.” “ ¡Si no obtengo esa cantidad, no sé lo que voy a hacer!” respondió Don Lorenzo al preocupado Fraile.
Fray Anselmo, sintiendo una gran preocupación por su anterior benefactor le respondió: “Ten fe en Dios, hijo mío, Él proveerá lo que tu necesitas.” En ese instante, Fray Anselmo volteó hacia el interior de su celda donde permanecía un crucifico negro colgado en la pared, y detrás apareció el alacrán negro, el cual atrapó Fray Anselmo utilizando un pañuelo que empleó para atrapar al peligroso animal, sosteniéndolo de la ponzoñosa cola.
“!Esto es todo lo que te puedo ofrecer, hijo mío!” declaró Fray Anselmo a su preocupado feligrés. Don Lorenzo, estupefacto, se quedó sin que decir pero accedió a la siguiente recomendación que le haría Fray Anselmo: “Llévalo al Monte de Piedad a que te den algo a cambio.”
Don Lorenzo, cohibido y asustado, hizo lo que el fraile le recomendó, pero al arribar con el prestamista, se aterrorizó al imaginarse del enojo y represalia que recibiría por parte de la casa prestamista al presentarles con el paquete enredado en el paño.
Pero se armó de valor haciendo lo que Fray Anselmo le había sugerido, y en cuestión de segundos, después de hacer el intercambio, el prestamista, exaltado, reaccionó con gran asombro al descubrir el contenido del pañuelo.
Don Lorenzo, esperando una gran reacción y desagravio por parte del negociante, solamente pudo contener su respiración, esperando que lo arrojaran a la calle en desgracia por haber cometido tal falta de respeto hacia la casa de empeños, incluso temía que el alacrán lo atacara cuando fuera expuesto.
Sin embargo, la reacción del prestamista era como resultado de haber descubierto el contenido del pañuelo. Ante sus ojos, y en la palma de sus manos, se encontraba el alacrán negro, repleto de piezas preciosas, algo que nunca había visto en toda su vida profesional de prestamista.
“¿Por cuánto quieres empeñarlo; o quieres que te lo compre?” Declaraba el agente al todavía perplejo y asustado Don Lorenzo. Su boca se abrió por completo y sus ojos no comprendían lo que estaba presenciando, pero Don Lorenzo no supo contestar a la pregunta; solamente susurró que le gustaría solamente el poder empeñar el alacrán. “Te daremos $3000 pesos por él,” le respondió el prestamista.
Don Lorenzo recibió el gran monte de dinero, y en cuestión de poco tiempo, logró restaurar sus negocios y recuperar su prestigio como comerciante. Pero también continuó con sus actos de caridad hacia los necesitados, como él y su esposa lo habían hecho anteriormente. Después de un tiempo, se decidió por regresar a la Casa de Empeño para poder recuperar al Alacrán negro.
Cuando lo pudo hacer, se dirigió a donde Fray Anselmo para manifestarle su infinito agradecimiento, y a su arribo al monasterio, se ubicó de rodillas ante él, agradeciéndole el haberle socorrido cuando así lo había requerido anteriormente. Fray Anselmo, le agradeció el gesto y tomando de sus manos el pañuelo que contenía el Alacrán negro, se volteó hacia el Crucifijo, y abriéndolo, de su palma saltó el alacrán, desapareciendo detrás del crucifijo donde había salido anteriormente.